Basado en arte fotográfico de Jan Saudek
Silvia no llevaba bien el profundizar mucho
en su cerebro. No le apetecía el roce con temores que se ocultaban en él.
Siempre prefirió no interesarse por las cosas que le causaban una clase de
sentimiento dudoso. Aprendió ese mecanismo muy pequeña, cuando de noche la
puerta del armario de su habitación se quedaba entreabierta y las sombras
creaban figuras sospechosas. Entonces Silvia cantaba alguna canción, cerraba
los ojos y todo lo demás a su alrededor desaparecía. Con su familia nunca
demostró tener miedo a nada. En su casa le llamaban ‘La valiente’.
De esa manera creció, aparentemente, sin
miedo alguno. No lo tuvo siquiera de casarse con Francisco, siendo totalmente
desaconsejado por sus padres. Tampoco de mudarse a un piso en la planta 13,
criticado por sus amigos más supersticiosos. Ni a los gatos negros, ni a los
espejos rotos. A nada. Ella, ignorando los detalles, era feliz. Aún así, los
domingos demandaban mucho esfuerzo por su parte. Los pensamientos que
durante la semana podía ignorar, ese día despertaban antes que ella. Nunca lo
dijo a nadie, pero llegó a odiar los domingos. Días silencios, de largas horas
en la cama. Llegó a memorizar todas las figuras que se formaban en el gotelé
del techo y en las paredes.
Ese domingo de mayo, también comenzó como
todos los demás, con la huida del sueño. -"¿Desayunamos?" le dijo a
Francisco, reventando el silencio matutino. Le tomó algo de tiempo levantarse.
Sus nueve meses de gestación eran rotundos. Había pasado de ser una mujer, a
ser un planeta habitado. Cuando logró llegar a la cocina, ya el café estaba
haciéndose. -"Fran, podríamos comer en el parque..." sugirió
"...ya ha empezado a hacer buen tiempo. Sería bueno que caminase un
poco" Él asintió levemente, lo que la hizo sonreir. Silvia presentía que
bajo la mirada ausente de su pareja, se escondían pensamientos brumosos. Pero
ella estaba convencida de que él la quería, y ella a él, también. Habían vivido
días bonitos, sólo que hacía mucho tiempo. Sus amigos de la facultad nunca
entendieron su relación. Le decían que aquello no había sido una historia de
amor, sino una cacería. Que había sido un capricho de su parte. Pero a ella le
daba igual quién se enamoró primero o quién buscó a quién. Lo importante había
sido el resultado.
Esa tarde, la ciudad era seducida por un
aire fresco y un sol casi amoroso. Alrededor del lago se hallaba la vida del
parque. Silvia disfrutaba como una niña entre aquel carnaval urbano. Un grupo
de niños corría detrás de otro con unos globos. Por más que le hubiese gustado
unirse a la bandada, sus pies no soportaban el hecho de cargar con 20 kilos de
más. Ambos buscaron un banco bajo un árbol y descansaron.
Algo en la distancia capturó la mirada de
Francisco. Como si le tirasen con una cuerda, se levantó y echó a andar. Se
detuvo en el borde del lago. Silvia estaba afanada buscando, en su enorme
bolso, la cámara de fotos, que estaba segura haber traído. La luz sobre el lago
le había hecho sentir que aquella era una visión para recordar. Cuando al fin
logró encontrar la cámara, se encontró que estaba hablando sola. "¿Me
tiras una foto?" dijo desde el banco. No hubo respuesta. "¿Fran, me
escuchas?" Ni tan siquiera un movimiento de reflejo. Convencida de que
tendría que ir a buscarlo, se levantó. Al llegar a su lado, vio como su éste
tenía ambos pies en el agua. "Fran, tus pies..." Pero él seguía
absorto mirando al otro lado del lago.
Entonces Silvia siguió el tenso cable de su
mirada hasta ver donde desembocaba. Lo hacía en un niño muy pequeño. Éste
intentaba atrapar las burbujas de jabón, que un mimo soltaba al aire, pero no
lograba atrapar ninguna. Una tras otra se le escapaban. A veces caía en el
intento, pero se ponía de pie para continuar la agotadora faena, en cuanto veía
otra burbuja flotar por el aire. Silvia sonrió espontáneamente. Sin embargo, la
expresión en la cara de Francisco, no correspondía a la ternura de la
situación. Su pecho subía y bajaba de forma irregular y tensaba los labios con
fuerza, como para no dejar escapar algo. Silvia no quiso preguntar, su instinto
le decía que lo ignorara y que volviesen a casa. Así lo hicieron.
El resto de la tarde, Silvia buscó todas
las tareas que pudo para mantener su mente ocupada. Francisco la estuvo
observando por mucho tiempo en el salón. Luego se marchó. La noche cayó sin
compasión.
Silvia estaba en la cocina preparando la
cena, cuando un viento helado se acercó a llamarla con sus finos brazos por el
cuello. Estuvo apunto de seguir cocinando, pero su inquietud la llevó a
averiguar de dónde venía la corriente. El oscuro pasillo le pareció más largo
que de costumbre. Siguió la fría brisa hasta la última habitación. Allí lo
encontró. La ventana estaba abierta de par en par y Francisco estaba de pie,
semidesnudo, en medio de la habitación, mirando hacia afuera. El vientre de
Silvia se tensó dolorosamente.
-"Fran, ¿me ayudas?" preguntó con
una mueca de dolor.
-"Estoy cansado, Silvia. Realmente
agotado... del todo." exhaló sin mirarla.
-"Bueno, está bien." dijo
recompuesta. "Pero, por favor, cierra la ventana que nos vamos a helar los
dos." Se dispuso a cerrarla ella misma, pero Francisco se lo
impidió.
-"¿Has visto cómo la ciudad, de noche,
parece un reflejo del cielo? Desde aquí arriba todo se ve tan
tranquilo..." La sujetaba por la muñeca, pero sin fuerza. No había tensión
en su mirada, ni en su cara. El vientre de Silvia se volvía a tensar,
paralizándola.
-"Vamos entonces al salón y
hablamos." dijo, visiblemente, afectada.
-"No, Silvia, el salón, no. Allí no se
habla. En el salón hay un silencio muy grande. En toda esta casa hay demasiado
silencio. Es como vivir entre ruinas. Hablan más las paredes que nosotros. Es
como si no supiéramos terminar esta historia." Le besó las manos y la
soltó lentamente. "¿Puedes buscar mi chaqueta en el salón?" dijo
cariñosamente.
Silvia, aguantándose la barriga, salió sin
decir nada y fue hasta el salón. Vio la chaqueta sobre una silla y encima de
ésta un sobre. Lo más rápido que pudo, recorrió otra vez el pasillo, cuando
escuchó tres golpes en el suelo. Era el sonido de una breve carrera, como el de
los niños del piso de arriba. Llegó a la habitación y estaba vacía. La ventana
abierta de par en par. Poco a poco, como volutas de humo, fueron subiendo
gritos de la calle y ruido de coches pitando. Silvia bajó su mirada y se fijó
en el sobre que sostenía en la mano. Ponía: 'Silvia'. Lo abrió y sacó una nota
que tenía sólo una frase. "Silvia, ya no quiero perseguir burbujas de
jabón." En ese instante, Silvia rompió fuente.
Joer qué trágico, madre mía! Eso sí, como siempre, muy bien escrito.
ResponderEliminarBss.
Joooo, es que todos tenemos nuestros días... jajajaja Un beso
ResponderEliminarMuy bueno Jey. Un final impactante y bien rematado!
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