Pasados
tres segundos, su cerebro despertó pero no quería abrir sus ojos todavía.
Prefería flotar en el limbo de la oscuridad de la habitación. Sumergido bajo el
edredón. Lo más cercano a los brazos de una madre que conocía. Nítidos segundos
libres de pensamientos, palabras, obras y omisiones. Llenos únicamente de nada.
Una gran nada. Pero el tiempo, desgraciadamente, sigue su camino. El cielo
comienza a sonrojarse y a entrar en su habitación. Lo que obligó a su cerebro a
zambullirse en el cauce frenético de su día a día.
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